
Realmente llegamos a sentirnos completamente felices con nosotras mismas o, ¿la felicidad es el proceso infinito de continuar descubriendo quién eres?
No creo que sea la mejor persona para hablar de amor propio. De más está decirles que estoy saliendo de mi zona de confort para hablar de un tema evadido por muchas. Irónicamente, porque lo escuchamos en todas partes, pero escuchar no es suficiente cuando solo se limita a la superficialidad de la realidad.Sí, debo amarme. También quisiera no sentir complejos nunca. Quisiera no compararme con otras mujeres para validar mi valor. Quisiera mirarme al espejo sin tener que ver todas las imperfecciones que no me gustan de mi cuerpo. Quisiera, quisiera, ¿pero realmente podemos?
Querer es poder, pero el poder se limita al cuestionamiento.
Mientras parecería que escribo esto desde un escritorio súper chic con un outfit a lo The Devil Wears Prada, la realidad es que estoy en pijamas, en la cama, enferma. El delineador ya regado después de un largo día de trabajo y un messy bun que la palabra “messy” no le hace justicia. Ni siquiera sentido.
El punto es que estoy escribiendo sobre esto, y no como aspiracionalmente te lo quisieras imaginar.
Creo que he sentido complejos toda mi vida. No lo digo orgullosamente. Ha sido un proceso de constante aceptación y rechazo: causa y efecto.
Mi hermana y yo siempre hemos sido polos opuestos. Cuando crecíamos en Rincón ella siempre fue el centro de atención. No de manera que intervenía mi luz propia, sino que simplemente le salía natural. Era súper extrovertida, no le tenía miedo a hacer nuevas amistades, todo el mundo siempre alagaba su belleza. Mientras que la mía la cuestionaban.
Cabe destacar que era una niña de 8 años, con una panza enorme (no recuerdo que comiese tanto para tenerla, pero allí estaba), prieta de sol y de herencia, y para nada me parecía a mi papá y a mi mamá. La constante comparación me trajo complejos de niña.
Recuerdo, jamás se me olvida, que mi mamá un día me sentó frente al espejo y me obligó adecirme a mi misma que me quería. Verdaderamente tenía problemas de inseguridad. Su reacción ante el problema fue anotarme en cuanta vaina había para ayudarme a desarrollar mis talentos.
«La magia ocurre cuando usamos esos complejos para convertirlos en una construcción positiva de lo que podemos llegar a ser»
Me encantaba escribir, bailar –siempre y cuando nadie me estuviese viendo–, dibujar e incluso, cantar. Por consiguiente, terminé obligada asistiendo a campamentos de Girl Scout y al borde del llanto por no atreverme a hablar con mis compañeras. Fue allí que descubrí mi pasión por el baile, y rápidamente se convirtió en mi escape.
De Girl Scout me convertí en bailarina, y con el baile nunca sentí miedo de treparme en un escenario. Nunca. Sin darme cuenta le perdí el miedo a ser visible.
Ahora, el que me conoce de “joven adulta” (joven porque me siento joven; adulta porque tengo las responsabilidades de una) jamás pensaría que estamos hablando de mí. Claramente me encanta ser el centro de atención, siempre estoy hablando con todo el mundo y proliferando mi seguridad en mí misma. Ha sido un proceso. Continua siéndolo.
Creo que fue iniciativa de mami en apuntarme en clases de modelaje. Todo con la excusa de mejorar mis modales y refinar mi existencia (que conste que todavía digo malas palabras y me tiro gases después de comerme una pizza).
Casi una década después, puedo decir que el amor propio es una constante batalla conmigo misma. Hoy peso lo que nunca antes había pesado y admito mirarme en el espejo y continuar queriendo cambiar muchas cosas de mi cuerpo. Luego me pongo un killing outfit y se me pasa. Y si eso no funciona, mi novia me saca un “coño carajo”.
No creo que todos los días nos vayamos a sentir felices con lo que somos, o con cómo nos vemos. Es una aspiración falsa que estoy segura que ni siquiera Beyoncé o Ashley Graham o quien sea tu ídolo favorito pueda lograr. La magia ocurre cuando usamos esos complejos para convertirlos en una construcción positiva de lo que podemos llegar a ser.
Nunca me ha importado lo que la gente dice de mí, pero sé que, como muchas mujeres, me he exigido lo que jamás le exigiría a otra persona: perfección. Cuando en realidad es en las imperfecciones que se esconde nuestra belleza.
Así que, poco a poco, el constante cuestionamiento me ha impulsado a mirar más allá. Quizás no se trata de llegar a la meta de sentirnos completamente complacidas con nuestra existencia, sino que en la búsqueda por ese ideal encontremos la felicidad verdadera.

Nathasha Bonet
EDITORA EN JEFE
Periodista y comunicadora puertorriqueña con más sueños que ropa. Escribo desde mi casa despeinada. Experta en crear contenido para las redes sociales. Me gusta compartir historias que ayuden e inspiren a la mujer a ser la mejor versión de sí mismas, de adentro hacia afuera.